Taller de escritura con Marina Perezagua

Fecha

Miércoles, 8 de noviembre de 2023.

Horario

10:00 a.m. a 1:00 p.m.

Cupo

12

Cierre de inscripciones

29 de octubre de 2023

Publicación listado de admisión

30 de octubre de 2023

Modalidad: práctico y presencial
Duración: 3 horas
Impartido por la escritora española Marina Perezagua

Dirigido a

Escritores con y sin publicaciones, personas interesadas en escribir, estudiantes de literatura y escritura creativa y público en general.

Los y las participantes seleccionados enviaron un texto de su autoría previamente al inicio del taller.

Seleccionados y seleccionadas 

Sonia Condori Sánchez
Libertad Romero Hinostroza 
Augusta López Cárdenas
Illari Orccottoma Mendoza
Ibis Meléndez Macazana
Juan Carlos Villegas Jimenez
Ivonne Margareth Bernuy Coloma
Yeysson Jimenez
Jana Alemany Rufach
Trilce Oblitas Béjar
José Luis Jiménez Hernández
María Joaquina Maldonado Carreras
Carolina Morales Esteban

¿Qué hace extraordinario a un gran escritor? La respuesta es imposible, pero tengo la certeza de que existen ciertos accidentes que se interponen entre el talento de un escritor y su obra: el despliegue de erudición, el lastre de la crítica, la obsesión por permear el texto con eso que se considera el estilo propio, una egolatría que a su vez viene marcada por las enormes librerías cargadas de libros, como si tuvieran que aguantar, para que no se caigan, las paredes de esa ficción que somos y que hemos creado para que los demás nos vean como nos gustaría ser. Todo esto juega en contra de la obra cuando se trata de exhibirlo, de lo contrario ¿cuál sería la explicación para esos miles de obras de autores que solo han escrito un único y excelente libro sin saber poco o nada de literatura? Sin embargo, esos libros no están en nuestras librerías, todos terminamos leyendo lo mismo, pero el caso es que ni el autor más galardonado debe dejar que su biblioteca personal, sus lecturas académicas o la última moda en teoría literaria se interpongan en la vida del texto.

En ocasiones, el desconocimiento o indiferencia hacia eso que llamamos cultura literaria llega a otorgar una gran libertad que autores más consagrados han perdido. Como decía Barnett Newman, la crítica debe ser al artista lo que la ornitología es al pájaro. En esa indiferencia del escritor como pájaro está la clave de la narración de una buena historia.

Sin libertad, no hay historia. Me explico con un ejemplo comparativo:

Que posibilidades hay de que un escritor se encuentre en el lugar y momento exacto de una tragedia de dimensiones colosales, y que sobreviva, y que tenga la oportunidad de poder contarlo. Sin tener que hacer ningún esfuerzo, se despliega ante el algo difícil de lograr: una historia, y no una historia cualquiera, sino una de esas historias que nos calan los huesos, con la muerte real y masiva. Este escritor solo tiene que utilizar su talento y narrar lo vivido. Ya no tiene que rascar los testimonios de otros, ni devanarse los sesos para lograr una ficción correcta, ni recurrir al subterfugio de quien no encuentra una historia: escribir sus irrelevantes dramas cotidianos para armar un libro que, aunque al final resulte una buena obra, en el proceso ha ido soportando bandazos de un lado a otro, en una borrachera de sinsentidos y aburrimiento.

En un minuto retomaré este tema del escritor que sobrevivió a la catástrofe. Pero primero quiero remontarme al domingo 26 de diciembre del año 2004. 07:58, hora local en Sri Lanka. Un terremoto submarino de magnitud 9.1 en la escala de Richter, interrumpió el desayuno y la vida de treinta y cinco mil trescientas veintidós personas. El cuarenta por ciento eran niños. Como en aquella cita de Boccaccio en El Decamerón, aquella mañana miles de personas desayunaron plácidamente con sus amigos y familiares, y luego, de noche, cenaron con sus ancestros en el otro mundo.

Aquel día Sonali Deraniyagala, residente en Londres, pero nacida en la capital de la isla a la que había vuelto para pasar las vacaciones de Navidad, trataba de huir en un jeep con su marido y sus dos hijos. En la huida ni siquiera se planteó llamar a la puerta de la habitación de hotel donde se alojaban sus padres, simplemente cogió a sus dos hijos y corrió desde algo desconocido hasta ese otro algo también desconocido. En el imaginario de todos aquellos que no hemos vivido un tsunami, se levantan olas gigantescas rompiendo como montañas de agua sobre la tierra, pero Sonali cuenta que, durante esa huida, el jeep no fue revolcado de repente por un golpe de agua, sino que de manera paulatina comenzó a inundarse desde abajo, como si el agua, en lugar de provenir del mar, brotara a superficie desde el interior de la tierra. Tal como lo cuenta Sonali, yo lo imagino más como un diluvio de dimensiones apocalípticas que como un tsunami, pero el agua corría en sentido inverso: desde la tierra hacia el cielo.

Desde la tierra hacia el cielo, el mismo recorrido que hicieron los más de treinta y cinco mil muertos. Aquel domingo Sonali perdió a sus dos hijos de cinco y siete años, a su marido, a su madre, a su padre y a su mejor amiga. El hombre que la rescato de las aguas dijo que nunca –ni siquiera en el desconcierto que vio durante ese día y los días posteriores– había visto una imagen tan extraña como la de Sonali: medio desnuda y toda cubierta de barro, no buscaba a sus hijos, no pedía auxilio, solo daba vueltas sobre sí misma, como ese juego en que los niños giran y giran hasta marearse para caer al suelo. Así la encontró. Ni el hombre ni Sonali entendieron nunca que estaba haciendo.

Hicieron falta nueve años para que Sonali compartiera su testimonio en el libro Wave. Hasta hace pocos meses no me interese por él. Cometí un error tal vez fosilizado en muchos de nosotros: creí haber entendido el tsunami en el libro De vidas ajenas, de Emmanuel Carrere. Mi error fue confiar una vez más en que el talento literario pueda llegar a lograr una mejor historia, Maxime cuando su autor la ha protagonizado, y es que aquel día también Carrere se encontraba de vacaciones en Sri Lanka, cuando el tsunami le permitió vivir –como suele decirse– para contarlo. Pero ocurre que Carrere no lo conto, o no lo conto en toda su profundidad. Es cierto que su tragedia no fue tan profunda, no perdió a nadie, pero si vio y olio a los muertos, oyó los llantos, huyo de la locura instalada en la cara de las personas que, como Sonali, habían visto interrumpida su cadena de ADN para siempre, últimos eslabones, sueltos y perdidos en el fango, abandonados desde el pasado –la muerte de sus padres– hasta el futuro –la muerte de sus hijos–. Sin ayer. Sin mañana. Solo una peonza que da vueltas sobre sí misma.

Sonali Deraniyagala nunca había escrito nada antes de este libro, y, hasta donde sé, no ha vuelto a escribir otro libro. Ignoro si era buena lectora, pero estoy convencida de que no le hizo falta ningún tipo de conocimiento literario para escribir un libro más literario que el de Carrere.

Del libro de Carrere apenas recuerdo su narración como víctima del tsunami. Sin embargo, si recuerdo esa otra historia paralela y para mi tediosa que tiene que ver con el sistema judicial francés. ¿Como puede ser que una historia sobre la parte más burocrática de la carrera de un juez se imponga a un relato con un potencial de creación tan grande como las vidas que se cobró? La respuesta que yo me doy es que los ojos de Carrere estaban velados por las cataratas de la intelectualidad, de su educación literaria, de la crítica. Carrere no pudo contar la verdad del tsunami porque, aunque lo sufrió, no fue capaz de verlo sin interferencias literarias. Ahora que he leído el libro de Sonali me confirmo en que la mejor manera de escribir es dejar que eso más grande que nosotros, eso implacable y verdadero, hable. El talento es una fuerza de la naturaleza que se escribe sola, cruda y en libertad desmesurada. Sonali perdió a su familia, pero logro una obra donde el nivel del agua va subiendo en forma de creación y verdad. Un buen libro siempre es una catástrofe, un antes y un después. Si se entiende esto, hasta el detalle más irrelevante se puede narrar con el agarre del tsunami más poderoso de la historia. Y es que todos, en algún momento de nuestra vida, tenemos que sobrevivir en las aguas que nos inundan entre las cuatro paredes de nuestro cuerpo.

Trabajaremos pues en la creación de esas relaciones que nos seducen porque nos trascienden y, precisamente por trascendernos, logran una escritura más personal y humanizada. Escribir sobre lo inabarcable nos aproxima a conseguir las estrategias para escribir con una visión más nítida y aguda sobre lo más cotidiano, la familia, las relaciones laborales, el cuerpo o –del otro lado– la ciencia ficción.

Escribir no como si nadie nos fuera a leer, sino escribir como si nunca hubiéramos leído un libro.

 Metodología del taller

1- Con una semana de antelación, cada asistente entregará por correo electrónico al resto de compañeros y a la tallerista un texto de un máximo de 800 palabras. El tema es libre, de manera literal, es decir, que se olviden de los géneros literarios, de la corrección política, de cualquier tipo de censura ajena o (peor) propia. Un ejemplo podría ser relatar una historia personal que se nos resista, o bien porque es muy personal o bien porque nos da pudor, o sentimos temor a ser juzgados como persona por nuestra escritura. Pueden escribir ficción o no ficción, pero deben dejarse ir, ser libres de lo que han leído o de cómo quieren que otros lectores les lean. La primera parte del taller (60 minutos) estará dedicada al comentario crítico y constructivo de ese texto por parte todos.

2- Cada asistente escribirá un breve texto de improvisación sobre un tema que la tallerista dará en ese momento. La idea de este ejercicio es entender de qué manera funcionamos a la hora de escribir bajo la presión del tiempo y ciertas directrices predeterminadas. A veces la presión puede ser positiva para la escritura y, por tanto, hay que buscarla. Cada uno leerá sus textos y luego los comentaremos. Los temas serán preparados de acuerdo al número de asistentes.

Sobre Marina Perezagua

Marina Perezagua es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla. Impartió clases de lengua, literatura, historia y cine hispanoamericanos en la Universidad Estatal de Nueva York, donde cursó su doctorado en Filología Hispánica. Tras vivir una larga temporada en Francia y trabajar en el Instituto Cervantes de Lyon, volvió a Nueva York, donde impartió clases de escritura creativa en New York University como Distinguished Writer in Residence. Es autora de las colecciones de relatos Criaturas abisales y Leche. Ha publicado tres novelas: Yoro, Don Quijote de Manhattan y Seis formas de morir en Texas (Anagrama), y un libro de poesía: Nana de la Medusa (Espasa). En los próximos meses saldrá publicado un libro sobre la biografía del subcampeón del mundo de apnea, Miguel Lozano, titulado A -122 metros (Planeta). Ha publicado en diversas antologías y revistas literarias, tales como Renacimiento, Carátula, Sibila, Ñ, Quimera, Granta, Letras Libres, JotDown, Cuadernos Hispanoamericanos, Anfibia. Ha sido traducida en nueve idiomas y su novela Yoro fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2016. Es colaboradora en El País.

 

¿Dónde?

CCELima

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